Como todas las primaveras, en estas fechas nace una de las flores de la desobediencia civil: la objeción fiscal a los gastos militares. Y florece ahora porque es el tiempo en que pagamos parte de nuestros impuestos a través de la Declaración de la Renta, el temido IRPF. Cierta cantidad -nada despreciable- de esos impuestos se dedican al sostenimiento de todo el complejo militar, desde las maniobras con fuego real en la Reserva Natural de las Bardenas Reales de Navarra, a las misiones de las Fuerzas Armadas en el exterior (17 misiones en 4 continentes, con un presupuesto de 758 millones en 2020). Y, no olvidemos, a la exportación de armamento que luego se utiliza contra Yemen.
Podríamos pararnos a pensar sobre la efectividad de un tanque frente a una pandemia de efectos mundiales. El concepto de “Defensa” se ha quedado constreñido a las Fuerzas Armadas que nos protegen de amenazas externas, cuando en realidad las amenazas vienen de otro sitio. Mejor defensa sería reforzar el sistema inmunitario de las personas y del planeta, con sólidos Servicios Públicos.
[ En nuestro país se ha estimado en torno a 61 mil millones de euros el gasto para paliar los efectos del Covid-19 sobre las familias y empresas, calculado entre los años 2020 a 2023.